Organización de la Real Armada española de finales del siglo XVIII

Por Juan García (Todo a Babor)

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Organización

La organización de la Real Armada se complica en el siglo XVIII. El poder marítimo de España en este siglo lleva parejo una gran reorganización de la misma, para el buen funcionamiento tanto de instalaciones de la Armada como los barcos de los que se compone y sus tripulaciones.

Aumenta, por tanto, la burocracia, las especializaciones, las escuelas navales, los cargos… Es durante el reinado de Felipe V cuando se adapta la organización francesa a la Real Armada española. Basta echar un vistazo a la organización de la Real Armada de finales del siglo XVIII para darse cuenta de la complejidad a la que se llegó.

La primera norma que reguló los grados y cargos de la Armada de Felipe V fue la Real Orden de 19 de junio de 1705. De esta Real Orden se deduce la existencia de los siguientes grados y cargos:

  • Gobernador General del Mar Océano.
  • Almirante General.
  • Almirante.
  • Capitán de Mar y Guerra.
  • Teniente de Mar y Guerra.
  • Subteniente.
  • Sargento.
  • Soldado y Marinero.

La Real Cédula de 21 de febrero de 1714 reguló de nuevo los grados y cargos navales, que quedaron según el listado siguiente:

  • Almirante General del Mar.
  • Gobernador del Mar.
  • Teniente General del Mar.
  • Capitán General de Armada.
  • Almirante General de Armada.
  • Almirante Real de Armada.
  • Almirante de Armada.
  • Capitán de Mar y Guerra.

En el Plano de Ordenanzas Militares de Marina dedicado el Smo. Sr. D. Phelipe de Borbón, Ynfante Almirante General de todas las Fuerzas Marítimas de S.M., hecho por el Xefe de Escuadra D. Juan Joseph Navarro en Cádiz, Año de 1739 , que articula los grados y cargos de la siguiente forma:

Cuerpo de Oficiales de Guerra de la Marina

  • Almirante General.

Oficiales Generales del Cuerpo de la Marina

  • Vice Almirante o Tenientes Generes. de preferencia.
  • Tenientes Generales.
  • Jefes de Escuadra.
  • Capitanes de Navío.
  • Capitanes de Fragata.
  • Capitanes de Bombardas.
  • Capitanes de Brulotes.
  • Mayor General de la Armada y sus Ayudantes.

Oficiales Subalternos

  • Tenientes de Navío.
  • Tenientes de Fragata.
  • Alféreces de Navío.
  • Alféreces de Fragata.
  • Alféreces de Brulotes.

A finales del siglo XVIII y principios del XIX esta era la organización de la Armada:

Estado Militar de la Real Armada

  • Consejo Supremo del Almirantazgo.
  • Secretaría de Estado y Despacho Universal de Marina.
  • Estado Mayor.
  • Capitanes Generales.
  • Tenientes Generales.
  • Jefes de Escuadra.
  • Brigadieres de Marina.
  • Capitanes de Navío.
  • Capitanes de Fragata.
  • Estado Mayor de la Armada.
  • Estado Mayor de los Departamentos.
  • Juntas de los Departamentos.
  • Señores Comandantes Generales de Arsenales.
  • Capitanes de Puertos.
  • Compañías de Guardias Marinas.
  • Infantería de Marina.
  • Real Cuerpo de Artillería de Marina.
  • Ingenieros de Marina.
  • Cuerpo de Pilotos.
  • Señores Comandantes de los Tercios Navales.
  • Señores Intendentes de Marina.
  • Señores Veedores de Marina.
  • Señores Contadores Principales.
  • Señores Tesoreros.
  • Señores Comisarios Ordenadores graduados.
  • Señores Comisarios de Guerra.
  • Señores Comisarios de Provincia.
  • Señores Ministros de Real Hacienda de Marina en los Puertos de Indias.
  • Estado Eclesiástico.
  • Señores Auditores de las Capitales de los Departamentos.
  • Señores Auditores de las Provincias.
  • Hospitales y Cuerpo de Profesores Medico-Cirujanos.
  • Encomiendas de las Cuatro Ordenes Militares.

La cadena de mando de la Oficialidad de Guerra en la Real Armada consistía en:

  • Almirante General de la Armada
  • Capitán General
  • Teniente General
  • Jefe de Escuadra
  • Brigadier
  • Capitán de Navío
  • Capitán de Fragata
  • Teniente de Navío
  • Teniente de Fragata
  • Alférez de Navío
  • Alférez de Fragata

El Ministro de Marina, era el que tenía la máxima responsabilidad de la Real Armada de España. Y era el que respondía ante el Rey y el Primer Ministro, y normalmente era proveniente de la Armada.

El empleo de Almirante General difería en funciones según la época y acabó siendo un título nobiliario más, así por Real Decreto de 6 de agosto de 1801, ratificado por otro de 4 de octubre del mismo año, Carlos IV nombró a D. Manuel Godoy y Álvarez de Faria Generalísimo de las Armas de Mar y Tierra, Almirante General de España e Indias y Protector del Comercio Marítimo.

Los Capitanes Generales ocupaban el mando de Arsenales o Departamentos Marítimos, siendo por tanto, altos cargos en tierra. No obstante, cuando tenían, por cualquier razón, que ir a bordo de un buque, se izaba su insignia en el palo mayor.

Esta insignia era una pequeña bandera, con los colores nacionales, que se izaba en alguno de los tres palos del buque, y que según el palo, correspondía a la categoría del General a bordo.

Los altos mandos siguientes normalmente iban embarcados, ya que se ocupaban del mando operativo de las escuadras.

Estos Generales solían embarcarse en los navíos más grandes y potentes de la Armada, en este caso los de 112 cañones, aunque en momentos de necesidad, o falta de disponibilidad de los navíos de tres puentes, podían enarbolar su insignia en una modesta fragata o, más común, en un dos puentes como los de 80 o 74 cañones.

¿Porqué se decantaban por los enormes y pesados buques de 112 cañones?. Esto no era casual. Un General era vital en la toma de decisiones en el transcurso de una batalla y el encontrase a bordo de un gran navío daba más garantías de salir airoso en el combate con el enemigo y poder seguir, por tanto, al mando de su escuadra.

El encontrarse a bordo de un dos puentes, más reducido y menos potente, podía representar un peligro mayor, y privar a su escuadra de un mando importante podía significar una derrota.

El gran porte de estos tres puentes, con la potencia artillera que tenían, ayudaba a rechazar a los múltiples enemigos, que normalmente atacaban con prioridad a los buques insignia para rendirlos cuanto antes y dejar a la escuadra enemiga sin mando, con lo que ello conllevaba.

Tenemos el ejemplo de Gravina en Trafalgar, donde se puede apreciar mejor la importancia de tener un General al mando. El General español, varios meses antes de dicha batalla cambio su insignia desde el «Argonauta» de dos puentes y 80 cañones (en el que había participado previamente en la batalla del Cabo de Finisterre), al poderoso «Príncipe de Asturias» de 112 cañones, y que de no ser por la fortaleza y potencia del navío de tres puentes hubiera sido seguramente apresado, debido a lo encarnizado del combate y la lucha con múltiples unidades enemigas a la vez, con lo cual el resto de buques que sobrevivieron habrían tenido muchos problemas en reagruparse y volver a Cádiz, tal y como hicieron finalmente bajo el mando de Gravina y Escaño.

No dudamos que también se trataba de inspirar cierta idea de grandeza y poder ante los demás buques de su flota y, sobre todo, ante los enemigos.

Un Teniente General con la insignia de Preferencia era cuando tenía el mando supremo de una escuadra, entonces enarbolaba su insignia en el palo mayor.

A este respecto el artículo 15, titulo 29, de la Real Ordenanza de 1802 prescribía Cuando yo lo determine por conveniente al destino ó a las fuerzas de una Escuadra, mandada por Jefe de esta clase o Teniente General, se enarbolara insignia de preferencia que será para este la cuadra al tope mayor, como si fuese Capitán General de Departamento.

El mismo Gravina en la batalla de Trafalgar, siendo Teniente General como Ignacio de Álava (a bordo del Santa Ana), debería haber llevado su insignia en el tope de trinquete, pero al tener en ese momento la insignia de preferencia, como mando supremo de la escuadra española, la izaba en el tope de mayor, aun sin ser Capitán General.

Cada escuadra, a su vez, podía estar subdividida en varias divisiones o escuadrones, que según el tamaño de los mismos, podían ser mandados por otros Tenientes Generales (subordinados al de Preferencia), izando la insignia en el palo de trinquete, o por Jefes de Escuadra, izando entonces la insignia en el palo de mesana.

Un Capitán General o un Teniente General, (este último sólo cuando tenía la insignia de Preferencia, y por tanto temporalmente), equivalía a un Almirante en la Jerarquía británica. Un Teniente General sería un Vicealmirante, y un Jefe de Escuadra un Contralmirante.

Diferentes Insignias de los Generales a bordo

Para distinguir la presencia de un Capitán General, Teniente General y Jefe de Escuadra se enarbolaba una bandera con los colores de la Armada en uno de los tres palos del buque.

Según el palo en el que se encontrara sería el grado del General. Esta insignia podía estar enarbolada a la par que la de guerra o en solitario. Si un navío quería rendirse y arriaba la de guerra, pero sin arriar también la insignia, no se consideraba rendido.

Según las Ordenanzas de 1802 se dice al respecto de las insignias de los generales:

Embarcándose , cuando lo hubiere, el Capitán General, Director de la Armada ú otro General de ella de igual graduación , llevará por insignia en el navío de su destino una bandera cuadra al tope mayor. El Teniente General bandera cuadra al tope de trinquete. y la misma el Jefe de escuadra al de mesana.

Insignia de Capitán General o de General con insignia de Preferencia, al tope de mayor. Equivalente a Almirante.
Insignia de Capitán General o de General con insignia de Preferencia, al tope de mayor. Equivalente a Almirante. Ilustración de Todo a babor.
Insignia de Teniente General, al tope de trinquete. Equivalente a Vicealmirante.
Insignia de Teniente General, al tope de trinquete. Equivalente a Vicealmirante. Ilustración de Todo a babor.
Insignia de Jefe de Escuadra, al tope de mesana. Equivalente a Contraalmirante.
Insignia de Jefe de Escuadra, al tope de mesana. Equivalente a Contraalmirante. Ilustración de Todo a babor.

R.O. 1802: Los brigadieres y capitanes de navío, que no estén subordinados, llevarán en el tope mayor por insignia o distintivo un gallardetón de dos puntas con las propias listas y armas que la bandera, y envergado como esta, contra el palo. Y tanto estos a las órdenes de otro, como los demás grados inferiores, que estuviesen o no mandando, tendrán un gallardete envergado en asta, y con las armas a lo largo, también al tope mayor, y con grímpola amarilla encima estando subordinados.

Insignia de Brigadier o de capitán de navío con mando temporal de una división. Equivalente a Comodoro. Era un gallardetón al tope de mayor.
Insignia de Brigadier o de capitán de navío con mando temporal de una división. Equivalente a Comodoro. Era un gallardetón al tope de mayor. Ilustración de Todo a babor.

Ninguna de estas insignias podían arbolarse si el oficial que estaba a bordo no tenía mando en el buque. Es decir, si un general u otro oficial estaba de pasajero o transporte no podía izar la insignia que le correspondería por graduación.

Oficiales y guardiamarinas

El empleo de Brigadier fue creada por Carlos III, por Real Decreto de 20 de diciembre de 1773. Este era un oficial intermedio entre el Capitán de Navío y el Jefe de Escuadra, a semejanza del Comodoro de los británicos, y que, al igual que este, ejercía las labores de mando temporal de un escuadrón de varios navíos o fragatas, que o bien navegaban aisladamente, o en conjunción con más escuadras o divisiones, bajo el mando supremo de un Teniente General o un Jefe de Escuadra, aunque también podían mandar solamente su navío. Por ejemplo, Cosme Damián Churruca era Brigadier en Trafalgar, donde mandaba un navío de 74 cañones.

Aunque un navío llevara la insignia de Teniente General o Jefe de Escuadra, el mando y control del propio buque recaía en un Capitán de Navío (que era llamado Capitán de Bandera si el navío era buque insignia), y que se rodeaba de una docena de oficiales de guerra subalternos para esta tarea, siendo normalmente un Capitán de Fragata el segundo en el escalafón.

Un Capitán de Navío, que equivalía a coronel en el Ejército, podía mandar también un batallón de Infantería de Marina. Mientras que un Teniente de Navío también podía ejercer las labores de mando de una compañía de Infantería de Marina, que era lo que normalmente llevaba un navío como guarnición.

Los oficiales subalternos, normalmente Tenientes de Navío, podían obtener el mando temporal de alguna embarcación apresada, para su transporte a puerto, y así ir demostrando sus dotes de marino y mando.

Todos los Oficiales de guerra procedían de las clases aristocráticas o hidalgas por los cuatro costados (los cuatro abuelos), además de el cumplimiento de unos requisitos físicos que determinaran la aptitud para la carrera de las armas, y unas pruebas de suficiencia científica (Compañía de Guardias Marinas); unos requisitos semejantes pero menos rigurosos respecto a los conocimientos previos (Oficiales de pluma, Pilotos, etc.), o el simple enganche y la consiguiente jura (soldados, artilleros, marinería).

El ingreso se articulaba a través varias vías: las pruebas tipo oposición (Guardias Marinas, Ingenieros, Pilotos) propias de los Cuerpos técnicos, e incluso mediante formas próximas al concurso de méritos actual, como era el caso de los Auditores.

Los guardiamarinas solían ser jóvenes de entre 12 y 20 años (aunque en 1783 por Real Orden se reguló la edad y había que tener 16 años mínimo y 18 de máximo), y que provenían de familias aristocráticas o hidalgas y que estudiaban para llegar a ser oficiales de guerra.

Los guardiamarinas estudiaban en las Academias de Guardiamarinas y posteriormente ponían en práctica sus conocimientos cuando embarcaban y aprendían de sus superiores, que hacían la labor de tutores. Tenían que pasar una prueba para poder ascender a oficial o en caso de suspender repetidamente, eran expulsados de la Armada.

Guardiamarina oteando el horizonte. Dibujo de Javier Yuste. En las alturas de las arboladuras pasaban parte de su tiempo estos aprendices de oficial, tanto como para su correcta instrucción como una forma de castigo por parte de sus tutores.
Guardiamarina oteando el horizonte. Dibujo de Javier Yuste. En las alturas de las arboladuras pasaban parte de su tiempo estos aprendices de oficial, tanto como para su correcta instrucción como una forma de castigo por parte de sus tutores.

Las Academias de Guardiamarinas, aunque llamados Cadetes en su origen, fueron creadas en tiempos de Felipe V, y en su primera promoción, en 1718, embarcaron 129 alumnos en varios navíos del Rey para su instrucción práctica. Terminaron su servicio en la Compañía de la forma siguiente:

  • Pasaron al Cuerpo General de la Armada: 56
  • Muertos en combate o de resultas de sus heridas: 9
  • Ahogados: 5
  • Fallecidos de muerte natural: 7
  • Dados de baja o retirados: 26
  • Dados de baja por pasar al Ejército: 26

Es decir, 73 (más de 60%) se quedaron sin llegar a Oficial de Guerra. De los cuales 21 morirían por diferentes causas. Lo que refleja la dureza del servicio.

Los aspirantes a Oficiales que no tenían las anteriores condiciones de prueba de hidalguía no podían ascender a más de Alférez de Fragata (el empleo de oficial de guerra más básico).

Aunque por expreso nombramiento del Rey se podía honrar a militares sin condición de nobles el ascenso por méritos de campaña. Uno de los ejemplos de esto fue el nombramiento de Alférez de fragata a Antonio Barceló, famoso corsario balear de familia humilde que gracias a sus éxitos contra los piratas berberiscos entró en el Cuerpo General de la Armada en 1783 y que alcanzaría el grado de Teniente General.

Este era un buen método para labrarse una carrera en la Armada, el corso. En 1805 se concede el grado de Alférez de Fragata sobre el uniforme de Piloto al Capitán corsario D. Plácido Gómez, segundo de la balandra corsaria San José y las Animas, por su arrojo en la captura de la balandra inglesa «George».

En 1800 a Don Florencio Vidal, Capitán de la lancha corsaria la Liebre, alias Nuestra Señora de Pastoriza, pide el grado de Primer Piloto de la Armada por un combate que sostuvo contra una fragata mercante inglesa de 10 cañones, apresándola al abordaje.

Había otra manera de poder ascender a oficial de guerra sin tener que pasar por las escuelas de guardiamarinas, estos eran los Aventureros.

El Aventurero prestaba servicio como meritorio, sin encuadrarse en las Compañías ni cobrar paga alguna. Vivía sometido a un régimen académico semejante al alumno libre que existía en esa misma época en la Universidad. No asistía a la Academia, embarcaba sin graduación para adquirir experiencia militar y naval, y cuando se consideraba preparado se presentaba a examen para alcanzar el primer grado militar (Alférez de Fragata).

Extranjeros en la Armada

También podía conseguirlo por méritos en campaña. Los Aventureros además de no cobrar no tenían uniforme, pero sí tenían alguna gratificación para la mesa, y alterna con los guardias marinas.

En 1830 se abolió esta categoría. Santiago Liniers era un oficial francés de un regimiento de tierra que sacrificó su cargo por alistarse como Aventurero en la Real Armada española, y que tras su buena actuación en el ataque a Argel en 1775 a bordo del navío «San José» pudo entrar en las academias de guardiamarinas.

Normalmente en estas academias de guardiamarinas sólo podían formarse españoles, aunque hubo notables excepciones, a parte de algunos casos particulares como el mencionado Liniers, por Real Orden de 8 de abril de 1794, 22 guardiamarinas franceses de las dotaciones del navío de 74 cañones Ferme, la fragata Calipse, y la corbeta Marechal de Castries cuyas embarcaciones habían sido entregadas a la Real Armada española, fueron agregados a las Academias, por hallarse en desacuerdo con la revolución que azotaba su país.

Muchos de ellos serían el tronco de varias generaciones de marinos de guerra de la armada. También estudiaron y se formaron multitud de oficiales rusos, gracias a la amistad del zar de Rusia con los reyes españoles, o italianos de origen aristocrático. Y es que la enseñanza naval tenía en España uno de sus mejores exponentes y era de prestigio mundial.

Hubo muchos extranjeros sirviendo en la Armada, y no sólo entre la oficialidad, donde hubo irlandeses, escoceses, italianos, franceses… entre la marinería y la tropa también era normal.

Por Real Orden del año 1754, se disponía la posibilidad de admitir extranjeros en los Batallones del Cuerpo de Infantería de Marina; doce por Compañía, con la condición de que fuesen católicos, tuviesen la robustez y la talla necesaria, y de que no se destinasen a las posesiones de América, sin contar antes con un año de servicio.

También se admitían extranjeros que eran perseguidos en sus países por ser católicos. Entre los marineros extranjeros destacaron por su número los malteses.

Aunque hubo incluso ingleses sirviendo en la Real Armada. En 1791 circuló orden en la Armada para que se llevase el mayor cuidado en la admisión de extranjeros. Lo motivó un inglés, que sentó plaza de artillero, se pasó al poco tiempo a los moros y abrazó la religión islámica.

En 1798 el marinero Isidro Espina de Málaga, sirvió en la corbeta Atrevida en 1789, después se licenció del servicio y navegó en buques mercantes.

Estando en Liverpool al declararse la guerra con Inglaterra fue hecho prisionero, escapando a los ocho meses. Contrató con un mercante inglés y pasó a Lisboa, pero allí le sorprendió la leva que efectuó la escuadra inglesa. Embarcado en el HMS Colossus no hubo manera de obligarle a prestar servicio en el buque inglés, expresando que era digno español y no quería hacer armas contra su patria, aunque por ello sufriera castigo o muerte.

El capitán Murray al llegar a Gibraltar dio cuenta del hecho a Jervis, quien le dejó libre sin calidad de prisionero que exigiese canje. Mazarredo, el 6 de julio de 1798 lo propuso para Guardián, un contramaestre auxiliar.

Como curiosidad mencionar que del propio navío Colossus, en aquella ocasión, cuatro marineros ingleses desertaron solicitando prestar servicio en la Real Armada. Se convirtieron al catolicismo y fueron admitidos por Real Orden de 24 de julio del mismo año de 1798. Estos ingleses se llamaban: Martin Stephins, James Hages, Allan MacDonald y Jonathan Harrison.

Y no fueron los únicos. Hasta unas semanas antes de la batalla de Trafalgar varios tripulantes de buques británicos de origen irlandés desertaron, contando a Gravina las últimas noticias de la flota de Nelson.

Estos pases de tripulantes de buques de guerra británicos a España era algo que puede extrañarnos ahora, pero hay que comprender la terrible dureza que suponía para estos hombres estar continuamente navegando sin descanso y con la férrea disciplina de sus mandos durante muchos meses sin apenas diversiones ni tocar tierra.

Nelson se sorprendía desagradablemente cuando le informaban de las deserciones de ingleses a la Armada española, pero el gran marino inglés debería haberse preguntado porqué tantos tripulantes de la Royal Navy se pasaron al enemigo. Para ellos era un pequeño precio que debían pagar por tener una marina tan competitiva y preparada.

Dotaciones

La dotación de un barco de la Real Armada estaba formada por la tripulación y la guarnición. La tripulación era la gente de mar o de equipaje que llevaba una embarcación para la maniobra y servicio del mismo.

Los Oficiales de guerra y mayores no tenían esta consideración. Ambos grupos, tripulación y guarnición, comían y dormían separados y en algunos estados de fuerza figuran también así.

La guarnición era la unidad o grupo de Infantería de Marina y de las brigadas de artillería que embarcaba en el navío del Rey. Estos realizaban los servicios de armas y constituían la fuerza de desembarco. Eran también la fuerza en la que se apoyaban los oficiales de guerra para administrar y mantener la disciplina a bordo.

En un navío de 74 cañones y en tiempo de paz solían embarcar de 100 a 120 soldados de marina (una compañía), subiendo a unos 200 en un tres puentes, aunque en tiempo de guerra se aumentaba a casi el doble su número. En los buques menores también había guarnición, consistiendo por ejemplo en medio centenar de soldados de infantería en tiempo de guerra para una fragata de 36 cañones.

Por ejemplo en la de la fragata de S.M. Astrea de 36 cañones, mandada en 1771 por don José de Córdova encontramos un total de 232 plazas divididas en tripulación: 22 oficiales de mar, 40 artilleros, 46 marineros, 32 grumetes, 9 pajes y 15 criados, que hacían un total de 164 plazas.

Y como guarnición 2 sargentos, 1 tambor, 2 cabos y 42 soldados de infantería de batallones de marina más 1 condestable, 1 cabo y 6 artilleros de las brigadas de artillería de marina, que hacían un total de 55 hombres.

Infante de marina en servicio en tierra.
Infante de marina en servicio en tierra. «Estado del Ejército y la Armada de S.M.C. Formado por el teniente coronel del Real Cuerpo de ingenieros encargado del Museo Militar don Juan José Ordovás. Año 1807». Musée de l’Armée, Hotel National des Invalides, Paris.

La Infantería de Marina española era, y es, la más antigua del mundo, cuyo origen se remonta a tiempos de Carlos V, y más concretamente en 1537, siendo la primera unidad el Tercio Nuevo de la Mar de Nápoles, que se hallaban embarcados en las galeras y galeones.

Se llegó a tener hasta 12 batallones de marina en la época de su mayor apogeo, en 1786, con más de 12.000 hombres, a los que se añadieron unidades del Ejército para ser utilizados como infantería de marina, ya que la cantidad de infantes requeridos en tiempo de guerra para guarnecer tantísimos buques de la Armada hicieron recurrir al Ejército para este cometido.

Algo que por otra parte era normal en todas las marinas de la época, incluida la Royal Navy. Hoy en día varios regimientos del Ejército de tierra lucen símbolos como anclas en sus escudos como muestra de este pasado marino. Los Artículos 12.º y 13.º, título II tratado V de las Ordenanzas Navales de 1748 incluían esta posibilidad:

Si se destinare regimiento o batallón entero del Ejército a servir en la Armada, en sus bajeles o arsenales, desde el día en que tome posesión de este destino hasta en el que cese, dependerá de la Jurisdicción de Marina, del mismo modo que depende de la del Ejército la tropa de Marina empleada fuera de las capitales de los Departamentos.

Y también:

Si alguna vez se destinare tropa del Ejército a guarnecer bajeles de guerra quedará sujeto a la Jurisdicción de Marina como si fuera de ella.

Es decir, una unidad del Ejército, en cuanto era asignada como infantería de marina dejaba de pertenecer al Ejército y dependía de la Armada a todos los efectos como si se tratara de un batallón de marina más.

Luego están los casos de fusión de unidades de tierra convirtiéndose en batallones de marina. Como en 1776, cuando causaron baja en el Ejército los Regimientos de Infantería de Valladolid y del Príncipe, que pasaron a servir en la Armada.

Con los cuatro batallones se organizaron el 9.º, 10.º, 11.º y 12.º batallones de Marina. Es decir, estos batallones del Ejército formaron la «semilla» de los últimos 4 batallones de infantería de marina que se formaron.

A los jefes y oficiales que siguieron formando parte de estos batallones, se les expidieron despachos de empleos análogos del Cuerpo General de la Armada y causaron baja definitiva en el Ejército.

Como muestra de la importancia que tuvo el cuerpo de batallones de marina, y para dejar patente su antigüedad, en 1978 se creó el Real Decreto Nº 1888/1978, de 10 de julio, por el que ratificaba la antigüedad del Cuerpo de Infantería de Marina. (B.O.D. núm. 191/78):

…/… Su antigüedad corresponde a la del más antiguo de los citados Tercios, EL TERCIO NUEVO DE LA MAR DE NAPOLES, QUE SE REMONTA AL AÑO MIL QUINIENTOS TREINTA Y SIETE (1537)…/…

"Infantes de marina asegurando posiciones tras la batalla". Dibujo de Javier Yuste. Homenaje del autor al Cuerpo de Infantería de Marina por su 470 aniversario y que muestra a tres de estos soldados tras un combate, suponemos encarnizado, a bordo de uno de los buques de S.M.
«Infantes de marina asegurando posiciones tras la batalla». Dibujo de Javier Yuste. Homenaje del autor al Cuerpo de Infantería de Marina por su 470 aniversario y que muestra a tres de estos soldados tras un combate, suponemos encarnizado, a bordo de uno de los buques de S.M.

Los infantes de marina comprendían fusileros y granaderos, los primeros eran los más habituales y numerosos y daban el poder de fuego con sus mosquetes en los abordajes y combates navales.

Los granaderos eran la fuerza de «élite» dentro de la infantería de marina y solían constituirse con los hombres más altos y arrojados, ya que su misión era lanzar granadas o bombas al buque contrario, lo cual tenían que realizar exponiéndose más que el resto, el típico gorro de piel de los granaderos es debido a este tipo de misión, ya que para lanzar sus proyectiles era mejor tener un gorro sin «alas» como los tricornios, bicornios o chisteras de los fusileros, que no entorpecieran el cometido.

Por una Real Orden del año 1.776, se establecían las Compañías de Granaderos en el Cuerpo de Batallones de Infantería de Marina, sacando de cada una de las seis Compañías que formaban el Batallón, once soldados escogidos y un cabo, además de dos Sargentos y un tambor por Batallón.

Todos estos infantes portaban, además de su reglamentario mosquete, un sable de diseño distinto al que utilizaban sus colegas de tierra, más corto para su uso a bordo.

Lucían unas sardinetas en las mangas, a semejanza de la Guardia Real, y que les fueron concedidas por especial privilegio de la Corona debido a sus destacadas y honrosas acciones de su larga trayectoria y que en la actualidad todavía son llevadas.

Por Real Orden del año 1.776, se disponía que los Oficiales y Sargentos de Batallones del Cuerpo de Infantería de Marina, usarían a partir de entonces, fusil de baqueta, en lugar de espontón y alabarda, como hasta entonces.

La infantería de marina, aunque eran soldados y así se sentían, podían ser requeridos también para trabajos más acordes con la gente de mar. La ordenanza decía al respecto:

Ayudará la tropa a la pronta ejecución de las maniobras con el trabajo material de halar, sobre cubiertas por los cabos de labor que fuere menester y virar por los cabrestantes… se empleará también en las bombas de achique y generalmente en desarbolos y otras urgencias, deberá trabajar en todo aquello que pueda ser útil a la mayor seguridad y presteza de las maniobras, sin exigirse por esto que se ocupen en lo peculiar del oficio marinero.

Infante de Marina con uniforme de paseo-campaña de finales del siglo XVIII. Acuarela del Museo Naval de Madrid.
Infante de Marina con uniforme de paseo-campaña de finales del siglo XVIII. Acuarela del Museo Naval de Madrid.

Como se ha visto en la ordenanza los soldados de marina se podían ocupar de tareas que implicaba utilizar básicamente la fuerza bruta.

Una de las tareas que se solía encomendar a la infantería de marina era el manejo del cabestrante, que con mala mar y halando del cable del ancla era una de las maniobras más pesadas y que necesitaban a más gente de todas las que se podían realizar a bordo, y que podía llegar a ocupar a varios centenares de hombres al mismo tiempo, por lo que no bastaba con los marineros y se recurría sobre todo a los infantes para tamaña empresa.

Por Real Orden de 1717 se crearon inicialmente dos brigadas de Artilleros en Cádiz para servir exclusivamente a bordo de los buques del Rey.

Era el comienzo de las Brigadas de Artillería de Marina. Los artilleros eran formados en cada una de las escuelas de Artillería de cada Departamento. Y para incentivar a los artilleros en la puntería se solían organizar concursos de tiro.

Para ingresar en las Brigadas había que saber leer y escribir, ser católico, de estatura no inferior a 5 pies y 2 pulgadas, robustos y bien dispuestos y tener entre 18 y 40 años. Se admitían extranjeros que cumpliesen las anteriores condiciones. Se dividían en ayudantes, artilleros, bombarderos, cabos y condestables.

El Comisario General (al menos capitán de navío) era el mando supremo del Cuerpo y las Brigadas. Francisco Javier Rovira sobresalió como uno de los más eficaces Comisarios de las Brigadas de Artillería. Al igual que la infantería de marina la de artillería se surtía con oficiales propios de la Armada, no habiendo del mismo cuerpo.

Los oficiales de guerra tenían destinos en estos cuerpos por tiempo determinado. En cada uno de los tres departamentos (Ferrol, Cádiz y Cartagena) había una escuela de artillería, con una batería para prácticas. En 1805, la Artillería de Marina se componía de 20 brigadas con 3.080 hombres.

Un capitán de navío mandaba las brigadas de cada departamento. De segundo un capitán de fragata. Cada brigada tenía como jefe a un teniente de navío, un segundo jefe que era un teniente de fragata, un teniente (alférez de navío) y un subteniente (alférez de fragata).

La fuerza de la brigada se componía de 4 condestables primeros, 4 condestables segundos, 8 cabos primeros, 8 cabos segundos, 16 bombarderos, 48 artilleros, 64 ayudantes y 2 tambores, haciendo un total de 154.

A pesar de ser una fuerza realmente eficaz y entrenada eran un número muy pequeño para cubrir todas las plazas de los numerosos buques de guerra, por lo tanto siempre había escasez de estos efectivos tan necesitados en un barco repleto de artillería.

El jefe de pieza y responsable de la puntería y el disparo era el llamado Cabo de cañón (generalmente perteneciente a el cuerpo de Artillería de Marina o artilleros de preferencia con experiencia sino había de los primeros). El artículo 6 del título quinto de las R.O. decía:

Si alcanzase para ello el número de Artilleros de Brigada, no contados los que han de emplearse en pañoles, se destinará uno a cada cañón, para que le gobierne como Cabo, y él de Mar se colocará a su izquierda, para remplazarle si falta o es llamado a otra atención.

La falta de artilleros de Brigada era muy sentida a bordo de un navío, y los que había eran muy solicitados:

No alcanzando el número de Artilleros de Brigada al de cañones, se destinará solo uno para los del alcázar, y otro para los del castillo: y bastando los restantes para los de las baterías, se señalará una a cada uno: y no alcanzando a esto, se confiará a cada uno el cuidado y dirección de dos cañones, no su servicio material de Cabo: y si resultase posible aplicar un Artillero por cañón a una de las baterías, se preferirá la segunda, como de menos interrumpible servicio en casos de mar y viento, y más a propósito para el acierto de las punterías importantes.

art. 7, Tit. quinto.
Artillero de Marina con uniforme de faena de finales del siglo XVIII. Acuarela del Museo Naval de Madrid.
Artillero de Marina con uniforme de faena de finales del siglo XVIII. Acuarela del Museo Naval de Madrid.

Luego los sirvientes eran de tropa de artillería o artilleros de preferencia y artilleros ordinarios, que formaban parte de la marinería. Estaban enumerados en combate como «primero», «segundo», «tercero», y así sucesivamente, para una mejor coordinación y brevedad en las órdenes.

La infantería de marina también se ocupó muchas veces de servir las piezas, algo que no agradaba a sus mandos por ver que las funciones de sus infantes se veían mermadas con el servicio de artillero. Si un infante de marina estaba sirviendo en un cañón no se podía disponer de él para dar cobertura de mosquetería en cubierta y rechazando o preparando un abordaje.

Las Ordenanzas tenían contemplada esta posibilidad:

Se hará señalamiento de rondas de dos ó tres Soldados con Cabo ó Sargento para cada batería, de la Partida de custodia de Bandera, y de la demás Tropa del servicio de fusilería en toldilla y alcázar, y la que deba subir a cofas con el mismo objeto en caso necesario; y finalmente de la gente de maniobra, distinguiendo la que ha de tener determinada aplicación al fuego de cañones, obuses y pedreros de castillo, alcázar, toldilla y cofas.

art. 12 Tit. quinto.

La tropa de artillería terminaría fusionándose a mediados del siglo XIX con la de Infantería de Marina.

Maestranza y oficiales mayores

A lo anterior se debe sumar el personal de Maestranza, que podía prestar servicio tanto a bordo como en los Arsenales, y que estaba formado por un conjunto de obreros cualificados.

La lista se amplía en este punto para engrosar a los despenseros, carpinteros, calafates, armeros, maestro de velas, farolero, buzo, cocinero, rancheros, maestres de víveres y mayordomos.

De cuerdo con las Ordenanzas de 1793 , la tripulación de un buque común podía formarse con el siguiente personal:

Los oficiales mayores, con derecho a uniforme, y que estaban encuadrados en:

  • Contadores, que eran los encargados de llevar un registro de los víveres y material que había en el buque y que también se encargaban de solicitar y pagar lo que faltase.
  • Cirujanos
  • Capellanes
  • Pilotos

El caso de los pilotos era curioso. Estos eran oficiales mayores formados en escuelas de náutica con gran preparación y que eran los encargados de dirigir la derrota del barco y la navegación del mismo.

Una vez superados los estudios pertinentes en las Escuelas de Náutica de la Armada o de los Consulados del Mar, podían prestar servicio en la Armada, en la Carrera Mercante, en el Correo Marítimo, en el Resguardo Real, en la pesca de altura y de bajura e incluso correr el corso con la oportuna patente del Rey.

Además, en tierra los Pilotos eran los encargados del practicaje de puertos, funcionamiento de los faros, vigías y mando de las milicias locales formadas por los miembros de los Tercios de la Matrícula Naval en las localidades costeras.

Pero debido a la creación de las escuelas de guardiamarinas y la enseñanza a estos de navegación haciendo posteriormente oficiales de guerra expertos en el tema, infravaloró a los pilotos, siendo incluso tratados como simples oficiales de mar durante muchos años.

Los pilotos siempre habían aspirado a que les dieran la condición de oficiales de guerra, pero siempre les fue negada tal petición, y sólo hasta 1770 se les concedió una uniformidad distinta a la de la marinería.

Aunque por disposición real podían ser habilitados para ejercer las funciones propias de los tenientes y Alféreces de Navío del Cuerpo General.

Por Real Orden el 2 de mayo de 1781 se les otorgó el tratamiento de Don, propio de caballeros, con lo cual, a partir de este momento, pudieron usar espada y jurar en su cruz, como prescribían las Ordenanzas de la época en caso de tener que testificar ante cualquier autoridad judicial o Auditor de la Armada.

Aun así los Pilotos fueron siempre menospreciados por los Oficiales de Guerra. Fernández Duro comentaba:

… por entonces prevalecían en la Marina militar ideas fatalmente importadas del extranjero, y en las que no dejó de influir la opinión de una personalidad tan ilustre como era la del Almirante Nelson. El tipo ideal de un buen oficial de Marina era por entonces el de un hombre galante en sociedad, brusco y severo á bordo; conocedor de las reglas y exigencias llamadas del honor, ó sea de la manera de ventilar con la espada en la mano las ocurrencias más triviales de la vida; aplicando á la maniobra de las velas y á la adquisición del golpe de vista necesario para apreciar de momento el espacio indispensable para la virada de un navío y la velocidad que con arreglo al aparejo había menester para ocupar su puesto en la línea, para abordar á otro ó para dejar caer el ancla en sitio señalado de antemano; haciendo gala de escribir con mala ortografía; motejando de sabios á los que, no siguiendo la corriente general, sabían coger un octante y situarse en la carta, y repitiendo á todas horas que más propio es del marino ser aficionado al ron que á las ecuaciones.

Con semejante sistema era el piloto tan indispensable como el timo á bordo, y aunque tenido en poco, relegado al último lugar en consideraciones y alojamiento, menospreciado y vejado en el contacto con los oficiales…

Por tanto los Pilotos eran vistos como los hombres que andaban siempre con los instrumentos de navegación y el compás, unos científicos más que militares. Muchos Pilotos ilustres fueron catedráticos, maestros ó profesores en las Compañías de Guardias marinas que formaban a los futuros Oficiales de Guerra que luego los menospreciaban tanto.

Los Pilotos eran formados, en su gran mayoría, en la Universidad de Mareantes de Sevilla, el Real Colegio Seminario de San Telmo de Sevilla y su gemelo de Málaga.

Para ingresar en dichos Seminarios era preciso ser español, y tener entre ocho y catorce años.

Los aspirantes debían ser blancos. Los mulatos, negros, gitanos, herejes, judíos o penados del Santo Oficio no podían ingresar.

Los padres no debían ejercer oficios viles. Como profesiones viles se entendían las siguientes: verdugo, danzante, corchete, buñolero, lacayo, pastelero, mozo de mulas, bodegonero, pregonero, dueño de tienda frutas, comediante, alquilador de coches, caballos y mulas, pescadero, zapatero, talabartero, tabernero, ropavejero, carnicero, vendedor de mondongo, matarife o gifero…

Los aspirantes a Piloto embarcaban para sus prácticas y eran llamados meritorios de pilotaje, considerados como marinería común. Para ser Pilotín debían superar una serie de pruebas, tales eran el haber hecho tres campañas de navegación en Europa, un viaje redondo (ida y vuelta) a América y la realización de un examen. Para ascender a Segundo Piloto se volvía a exigir el examen.

Oficiales de mar

Los oficiales de mar se agrupaban en Contramaestres, Guardianes, y maestranzas, obreros cualificados que ejercían tanto a bordo de un buque como en un Arsenal:

Contramaestres y Guardianes

Los Contramaestres eran los hombres de mar por excelencia, hábiles y experimentados en las faenas marineras, que, bajo las órdenes de los Oficiales, ejercían el mando de la marinería. Era su jefe inmediato, tenía una autoridad semejante a la de un sargento en la tropa.

Entre ellos figuraba un Primer Contramaestre con funciones de Jefe de la marinería embarcada. También había segundos contramaestres (llamados de faena). El contramaestre recibía el tratamiento de nostramo o nostromo, apócope de la expresión nuestro amo.

Usa uniforme particular a su clase; y en las faenas ordinarias se distingue con un pito de plata (de forma particular y peculiar a su objeto también llamado chifle con los cuales se ordenaban movimientos a la tropa, las Ordenanzas prescribían el número y forma de pitidos que correspondían a cada orden) que lleva pendiente de un cordón de seda negro enlazado de un ojal de la chaqueta, y con el cual manda las maniobras bajo la voz del oficial de guardia, o por sí mismo, en las faenas mecánicas del arte.

Los Guardianes eran el escalafón anterior para acceder a Contramaestre y eran los auxiliares de estos. Los Guardianes se agruparon junto a los Contramaestres en 1807, al crearse el Cuerpo de Oficiales de Marinería, donde los guardianes pasaron a ser terceros Contramaestres.

Este Cuerpo de Oficiales de Marinería debía constar por Reglamento de 400 plazas en la forma siguiente: 150 Primeros Contramaestres, 120 Segundos, y 130 Terceros.

Los oficiales de mar tenían algún privilegio a bordo. A diferencia de la marinería que tenía que hacer sus necesidades al aire libre en los beques de proa, y con el riesgo que ello supone en mar abierto, los oficiales de mar disponían de dos beques cubiertos, también a proa, además tenían más espacio en sus hamacas colocando una madera en la parte superior e inferior de estas.

Marinería

La Marinería, se agrupaban en gavieros, artilleros de preferencia, creados por la Real orden de 3 de agosto de 1779, artilleros ordinarios, marineros aplicados, meritorios de pilotaje, pajes y grumetes. Estos se dividían según las diferentes especializaciones:

  • Cabos de Guardia, que se elegían entre los artilleros.
  • Gavieros. Se distinguía del mayor, de proa y de sobremesana, que en total debían sumar al menos 12, de los cuales 5 debían ser artilleros de preferencia y otros 5 artilleros o marineros comunes. Normalmente se solían destinar 25 marineros al palo trinquete, 27 al mayor y 15 al de mesana.
  • Bodegueros y pañoleros. Se elegían entre artilleros y marineros comunes. Su misión consistía en velar por la colocación, aseo y custodia de pertrechos a su cargo.
  • Timoneles y Guarda Banderas. A su cargo se encontraban el timón, las banderas y los faroles de señales.
  • Pajes, que quedaban bajo la autoridad de un marinero veterano y del capellán, que cuidaba de su instrucción religiosa y sus buenas costumbres. Además de baldear las cubiertas, de donde viene su nombre de pajes de escoba, se les encomendaba la guardia de la ampolleta (reloj de arena), con la obligación expresa de dar el aviso cuando acabara de moler, esto es, cuando cayera toda la arena, para picar la hora con la campana. Los pajes solían ser hijos de Contramaestres, marineros o huérfanos, que para ingresar en la Armada debían ser mayores de 6 años y menores de 10, aunque el reglamento establecía que no debían ser tratados como niños. En los Arsenales de cada departamento eran enseñados a ser marineros. La formación se dividía en tres períodos. El primero, teórico, consistía la asistencia a las clases de aparejos, maniobra, velas y timón. Una vez aprobados los exámenes pertinentes, ascendían a grumetes y pasaban al obrador de velas del Arsenal y a su Almacén de recorrida, por seis meses como mínimo. Si aprobaban esta segunda fase, embarcaban en plaza de marinero, con el derecho a ser preferidos para gavieros frente al resto de la marinería. En Combate los pajes y los grumetes más jóvenes eran los encargados de suministrar los cartuchos de pólvora a los artilleros de las baterías.
  • Grumetes. Entre ellos se agrupaban aprendices y los rancheros de los grupos anteriores. Ser grumete no siempre significaba ser el más joven del barco ya que los enrolados a la fuerza por levas no pasaban de la categoría de grumete, debido a su inexperiencia, aun siendo en muchos casos gente con edad y quedaban encuadrados solamente en esta categoría. De ahí el elevado número con que figuraban en las listas de tripulaciones de cada buque.
  • Sangrador. Ayudante del Cirujano.
  • Enfermeros y asistentes de convalecencia.
  • Reposteros del Comandante, elegidos entre los grumetes, en número de 2, los cuales debían servir voluntarios o forzosos, y en este último caso, sólo durante un mes.
  • Esquifazones de falúa, bote, lancha y serení. Que eran los marineros encargados de preparar y remar los cuatro tipos de botes auxiliares que tenía un navío.
  • Penados.

Los artilleros de mar preferentes fueron instituidos por R. O. de 3 de agosto de 1779 para que sirviesen en los cometidos de primeros timoneles, gavieros y cabos de guardia entre otros.

Según ordenanzas de 1799 los marineros debían de tener entre 14 y 60 años. Si conseguía llegar a los 30 años de servicio podía retirarse con paga. Además como una manera de honrar a los marineros que estuvieran largo tiempo de servicio si estos sufrían algún tipo de daño o amputación (estropeado) se le daba el pase a inválidos.

Los marineros podían ser voluntarios, de matrícula o de leva. Algunos voluntarios se enrolaban para huir de alguna causa pendiente con la justicia, y a la mínima oportunidad desertar en otra ciudad.

Otros muchos voluntarios intentaban labrarse una carrera marítima, con más penas que glorias, y poder llegar con el paso de los años y las campañas, a Guardián o Contramaestre.

Marinero e infante de marina (con traje de faena) en un bote
Marinero e infante de marina (con traje de faena) en un bote. «Estado del Ejército y la Armada de S.M.C. Formado por el teniente coronel del Real Cuerpo de ingenieros encargado del Museo Militar don Juan José Ordovás. Año 1807». Musée de l’Armée, Hotel National des Invalides, Paris.

Marineros de matrícula

Los marineros de matrícula eran profesionales de la mar, y como tales conocían su oficio y eran embarcados por riguroso turno, siendo los del Departamento de Ferrol los más numerosos.

Estos provenían del entorno marino (pescadores, marineros mercantes de bajura o de altura…), y si bien no todos tenían experiencia en navegación de altura y buques de aparejo cruzado, si sabían el oficio y estaban habituados a la mar, además se habituaban rápidamente a los nuevos requerimientos.

Pero el pésimo estado de las arcas del Estado les falló demasiadas veces en los pagos, socavando la confianza y renegando muchas veces del servicio. Si un matriculado se embarcaba tenía que tener la seguridad de que su familia iba a recibir dinero para sobrevivir, pero era constante la falta de pagas y muchas familias pasaron verdaderas penurias mientras el cabeza de familia se encontraba lejos de su hogar, por ello se desaprovechó una forma excelente de tener marineros expertos.

Si hubiera habido constancia y metodología en las pagas y reparto de dinero por presas (tal y como hacían los británicos) la matrícula sería el mejor método y efectivo de la Armada para contar con tripulaciones profesionales.

Antonio de Escaño siendo comandante del Tercio naval del Norte solicitó al propio Godoy en 1805 hacer un esfuerzo por pagar a 1.500 matriculados del Ferrol, que se necesitaban para completar las dotaciones de los seis navíos que se batieron bizarramente en Finisterre contra 16 británicos, lo consiguió pero tras muchos esfuerzos de este.

Los matriculados de los departamentos de Cádiz y Cartagena sufrieron entre 1802 y 1804 una gran pérdida de efectivos debido a la fiebre amarilla que asoló Andalucía por aquellas fechas, dejando el entorno marino de dichos emplazamientos muy tocados.

Marinero español de finales del siglo XVIII.
Marinero español de finales del siglo XVIII. Alfred and Roland Umhey Collection.

Los marineros españoles de matrícula debían estar registrados en un libro, realizado por orden alfabético, y donde constaban los apellidos, nombres, padre, madre, lugar de nacimiento, edad, estado, color de los ojos, del pelo, así como las señales de rostro y cuerpo que distinguieran al matriculado.

Todos los inscritos constituían una reserva general susceptible de ser movilizada por la Armada cuando las circunstancias lo reclamaran y, lógicamente, todos los marineros del Rey, para serlo, debían hacer constar fehacientemente su condición de matriculados al momento del embarque.

Los matriculados firmaban por un año de plazo como mínimo y daba derecho a los quince años de servicio a una paga o la consideración de inválido, si se diera la circunstancia, o bien seguir sin embarcarse.

Escudos de la matrícula de mar

Escudo de marinero matriculado con acciones distinguidas en 1784
Escudo de marinero matriculado con acciones distinguidas en 1784.
Escudo de patrón con acciones distinguidas en 1784.
Escudo de patrón con acciones distinguidas en 1784. 

La Real Orden de 13 de mayo de 1786 estableció los escudos de la Matricula de Mar que han de llevar cosido al pecho izquierdo. Eran ovalados con fondo rojo y borde de oro. Constituían el emblema del marinero, que se llevaba a modo de escarapela (el color rojo en la escarapela siempre fue el distintivo de las fuerzas españolas tanto en la Armada como en el Ejército).

En su interior campeaban diversos muebles heráldicos:

  • Un ancla negra: para todos los marineros matriculados.
  • Un ancla negra y sobre esta dos espadas cruzadas: para marineros con cierto número de campañas o acción distinguida.
  • Un ancla negra coronada: para todos los patrones.
  • Un ancla negra coronada y sobre esta dos espadas cruzadas: para patrones con cierto número de campañas o acción distinguida.

Los marineros de matrícula consiguieron por Real Ordenanza de 1802 tener los mismos privilegios e igual trato que los Batallones de Infantería de Marina y el Real Cuerpo de sus Brigadas de Artillería. Para cualquier matriculado que quisiera hacer la carrera mercante en algunas rutas estaba obligado a servir primero en la Real Armada.

Del examen realizado el año 1786 en los puertos de la Península e islas Baleares, 60.407 matriculados llegando a contarse unos 68.000 en 1790, época de su mayor número.

Problemas en el sistema

Disminuyó éste en los años siguientes, y de modo rápido en los cinco largos años que sostuvimos la desastrosa guerra con los ingleses, declarada el 5 de Octubre de 1796. Durante ella, según expresa el conde de Salazar, fueron incalculables los perjuicios de nuestro comercio, arruinándose nuestra navegación mercantil y destruyéndose nuestra Armada.

Se redujeron por consecuencia a 52.913 los matriculados el año 1804, a pesar de incluirse en dicho número los de las islas Canarias que no figuran en el total de los años anteriores.

El 5 de Febrero de 1811, José Vázquez de Figueroa, Ministro de Marina, dijo:

El año de 1790 armó España, en el corto tiempo de tres meses, al pie de sesenta y cuatro navíos de línea, cuarenta fragatas, y cien buques de doce cañones hasta treinta; aún se hallaba capaz de armar diez ó doce navíos y otras tantas fragatas, y todos estos buques se tripularon con marineros matriculados, de los que si todos no eran expertos, todos estaban acostumbrados a la mar, y en aptitud de hacerse hábiles en una sola campaña. Pocos meses duró este armamento, el cual si fue una prueba evidente del estado de la Marina, y de los brillantes resultados que produjo la Ordenanza de Matrículas, también dio lugar a que habiéndose faltado al contrato estipulado con la falta de las pagas (pronto se olvidaron las solemnes promesas de la Real orden del año 1785) , se despertase en el hombre de mar la desconfianza; desarmó esta hermosísima escuadra, y el año 1793, se armaron nuevamente todas las fuerzas disponibles de la monarquía, y siendo algo menos numerosas que las que se movieron el año 90, ya faltó gente de mar para el total de sus tripulaciones; que hubieron de completarse con gente de leva.

Los costos del personal matriculado, cuando era movilizado, eran altos. A continuación indicamos los sueldos diarios en aguas de Europa, así como de otras clases, para que sirva de comparación:

Artillero de mar de preferencia5 reales.
Artillero de mar ordinario4 reales y 6 maravedíes.
Marinero3 reales.
Otras clases:
2º Contramaestre6 reales .
1º Sargento de batallones de Infantería de marina4 reales.
Granadero de batallones de Infantería de marina2 reales y 1 maravedí.
1º Condestable de Brigadas de Artillería de marina5 reales y 10 maravedíes.
Artillero de Brigadas de Artillería de marina2 reales y 4 maravedíes.

Otro factor que encarecía notablemente los armamentos de los buques era el costo de la ración de armada, que a la salida de los almacenes de provisión era de 4 reales y 20 maravedíes, y para su consumo a bordo se contabilizaba en 5 reales por pérdidas, gastos de embalaje, etc.

Este gasto no gravitaba sobre los presupuestos de Marina, pero sí incidía sobre la Hacienda y, por tanto, sobre la posibilidad de ésta de poder o no pagar otros gastos.

Como el resto de marinas del mundo era necesario el enrolamiento forzoso para cubrir las plazas vacantes, sino había dinero para pagar a los marineros matriculados o simplemente había escasez de estos había que recurrir al barato recurso de la leva.

Había levas honradas (denominada así para distinguirlas de las de maleantes y vagos de principios y finales de siglo)que recogían gentes de todas clases, con gran menoscabo del servicio y de España y que no tenían por que ser presidiarios o vagabundos, sino de cualquier clase.

Pero a finales de siglo la más común era la leva de maleantes y presos. Los Alcaldes y autoridades municipales podían declarar una leva unilateralmente cuando fuera necesario. Así se podía obligar a embarcar a todo vago, maleante, gitano, desertor o vagabundo que se hallara en el país, sin ninguna posibilidad de reclamo por parte de los afectados.

Pero la mala calidad de estas gentes y el nulo aprovechamiento que de ellos se hacía obligó por Real Orden de 25 de febrero de 1802 a prohibir que se siguiesen condenando y mandando delincuentes o reos a los barcos del Rey, si bien en caso de guerra se seguía practicando este sistema, haciendo oídos sordos a marinos profesionales que se quejaban de lo inútil del sistema.

Se daba así la enorme paradoja de constituirse el Cuerpo General, con los Oficiales técnicamente más avanzados de Europa, mientras las dotaciones estaban formadas en gran medida por maleantes y personas sin oficio.

Navegar era fundamental para conseguir una tripulación adiestrada. Cuanto más tiempo duraba una singladura más experiencia se acumulaba, y por consiguiente aumentaba también el comportamiento correcto en caso de combate.

La mala fama que se ha dado a los marineros españoles los grandes armamentos de navíos a finales del XVIII y principios del XIX, tachándolos de vagos, maleantes y pastores, por ser en su mayor parte procedentes de las levas, es debido a que no pudieron, por estar normalmente bloqueados en puerto por los ingleses, salir a navegar lo suficiente para formar una marinería experta.

Los británicos también embarcaban vagos, maleantes y pastores (incluso en mayor número), pero ellos navegaban continuamente y convertían a aquellos «parásitos» en marineros.

En la Guerra de la Oreja de Jenkins (1739-1748) o la que enfrentó a Gran Bretaña con Francia y España, entre 1779 y 1783, tuvieron a las tripulaciones españolas frecuentemente navegando, incluso, como en el caso del sitio de Gibraltar, a prolongados bloqueos marítimos a los ingleses.

En la guerra contra la Francia revolucionaria, cuando la Armada luchaba al lado de los británicos, hasta que a consecuencia de la paz de Basilea en 1795 con Francia, fue desarmada la flota española, que había empezado a funcionar como antaño, tras dos años de navegación casi ininterrumpida.

Tras la guerra venía el masivo desarmo de los navíos y la licencia de los hombres para ahorrar gastos, obligando a empezar casi desde cero cuando se reanudaban las hostilidades y tener que formar otra vez a los hombres inexpertos.

Por eso en 1797, de nuevo en guerra, pero esta vez contra los ingleses, poco quedaba de aquella Armada que dos años antes había acumulado una gran experiencia en navegación de escuadra y combate.

Por contra, los ingleses no habían dejado de navegar desde 1793 y llegaban en las mejores condiciones, al menos tácticamente hablando. Porque lo malo de navegar tanto es que las tripulaciones se amotinaban con más frecuencia, por estar demasiado tiempo fuera de casa, con la disciplina y dura vida en alta mar que aquello ocasionaba, cosa que sí sufrieron los británicos en bastantes casos.

Era la parte negativa de un sistema que, en su mayoría, tenía más beneficios que inconvenientes, y por lo tanto asumible.

Aun así, en el periodo mencionado anteriormente de las tripulaciones de leva, se notaba una gran mejoría con sólo una semana en la mar, con respecto a tripulaciones que no habían navegado nunca.

Por eso, en la época de Trafalgar se aprovechaba cualquier momento en que las fuerzas inglesas levantaban el bloqueo para hacerse a la mar, para adiestrar, o al menos tener un primer acercamiento de las tripulaciones novatas en la navegación de cabotaje.

El buen papel que desempeñaron los navíos españoles en la batalla del cabo de Finisterre, en julio de 1805, fue debido a que antes de dicho combate habían estado navegando durante varios meses, y adiestrándose en el transcurso de dicha travesía al Caribe y su vuelta a la Península.

No llegaban por supuesto al nivel de las tripulaciones inglesas, pero se les notaba más habituados al mar y a la vida en ella, desgraciadamente estos periodos de actividad eran mucho menores que los de inactividad en los puertos bloqueados, por lo que el completo adoctrinamiento de las tripulaciones no se completaba, y se daba la paradoja de que, volviendo al caso de los buques españoles en el combate de Finisterre, se necesitaba una gran cantidad de marinería experta o por lo menos habituada a navegar para armar los navíos de la escuadra de Cádiz, y Godoy en vez de trasladar a Cádiz a las dotaciones de los navíos «Terrible» y «España», que tuvieron que ser reparados a resultas de la batalla y por consiguiente desarmados en El Ferrol, ordenó que estos fueran licenciados, con la pérdida de dos tripulaciones completas con experiencia en la mar, y algo aún más importante, con experiencia en combate naval. Algo incomprensible que tenía más que ver con lo económico, ya que no había dinero para los pagos.

Las levas de este tipo se llevaban a cabo en tiempo de guerra, que era cuando se necesitaban marineros en masa, ya que se armaban todos los navíos disponibles. En realidad sólo en tiempo de guerra se preparaban los buques que no estuvieran defectuosos.

El armar y preparar un buque de guerra era algo muy costoso por lo que si no era necesario no se aprestaban los buques que no fueran realmente necesarios.

Un ejemplo, a finales del reinado de Carlos III la Real Armada contaba con una magnifica flota de 78 navíos de línea, más de 50 fragatas y un sin fin de buques menores, pero de toda esta flota muchos de ellos estaban en reserva, fondeados en sus bases sin armamento, arboladura, ni provisiones, a la espera de que algún día se los necesitase y se los acondicionase para el servicio.

En tiempo de paz eran más necesarios los buques menores, con los que hacían labores de guardacostas y vigilancia o protección de convoyes frente a piratas, que los grandes navíos de línea.

Estos últimos eran utilizados como escoltas y llevaban menos tripulación que en tiempos de guerra. Los navíos de 112 cañones en tiempo de paz tenían una tripulación y guarnición de cerca de 800 hombres, los de 74 cañones de unos 500 y en periodos de guerra subían al millar en los primeros y a 700 en los segundos.

Esta diferencia sumada al empleo de todos los navíos y buques para el servicio activo hacían imposible dotarlos según las Ordenanzas con marinería de matrícula o voluntarios, y de ahí el reclutamiento forzoso y masivo, con las deficiencias que esto ocasionaba.

Organización de la dotación

La marinería se organizaba en Tercios y Trozos o Partidos, de acuerdo con la siguiente línea jerárquica:

  • Tercios Navales. Había tres uno por Departamento: Levante (con su comandancia en Cartagena), Poniente (con su comandancia en Cádiz) y Norte (con su comandancia en Ferrol).
  • Tercios Provinciales. Cada uno de los anteriores se dividía en los siguientes Tercios Provinciales: Levante, en Tercio de Barcelona y Tercio de Valencia; Poniente, en Tercio de Cádiz y Tercio de Málaga; Norte, en Tercio de Gijón y Tercio de Santander.
  • Trozos o Partidos: Según las villas y pueblos en que se dividían los anteriores, como Trozo de Tarragona o Trozo de Alicante.

Los Tercios Navales se encontraban bajo el mando del Capitán General de cada Departamento. Los Provinciales, bajo el mando del Comandante de la Provincia, que era un Capitán de Navío, al que auxiliaban un Segundo Comandante, Capitán de Fragata; un Teniente de Navío y otros subalternos.

El Trozo, formado al menos por 50 hombres, era mandado por un Prohombre, Cabo o Cabo Primero, al que se le daba la consideración de Sargento de Milicias.

La tripulación se ordenaba, a tenor de la Ordenanza de 1793, al menos en cuatro brigadas, al mando de un Oficial, un Contramaestre o un Guardián. Las brigadas tomaban los nombres siguientes: estribor de popa, estribor de proa, babor de popa y babor de proa.

En alta mar subían a la guardia las dos brigadas correspondientes a la de babor o estribor, es decir la mitad de la marinería, y de estas la de popa estaba en el alcázar y la de proa en el castillo.

Cada brigada estaba a su vez dividida en dos trozos, asignados cada uno a un Cabo de Guardia, para las distintas tareas de a bordo, como por ejemplo, el trozo de abordaje o el de contraincendios.

A su vez, las brigadas se dividían en ranchos, de 8 a 12 hombres cada uno, al mando del ya mencionado Cabo de Guardia. El origen de esta subdivisión se remonta sin duda al ritual de la comida a bordo.

Pero además de agrupar a la gente que comía junta, para lo cual se disponía la entrega de perolos y marmitones a los rancheros o encargados de la comida de cada rancho, éste agrupaba también a la dotación de un mismo cañón.

Con ello, rancho se relaciona de forma íntima y directa con la voz camarada, que, entre otras cosas, alude a la persona que vive en una misma cámara, que no es otra cosa que la división que se hacía a popa de los buques para el alojamiento de los oficiales que embarcaran.

Se nombrará Cabo de rancho al Artillero de Mar más a propósito para regentarlo, él mismo que lo ha de ser del cañón que se le asigna: y también en los de Timoneles y Cabos de guardia se elegirá el que deba serlo con las mismas obligaciones y autoridad que los demás en su rancho respectivo: conociéndose también cada uno con el nombre de su Cabo a mas de la denominación de su destino: y además se nombrará en todos un segundo Cabo que supla las ausencias del primero: entendiéndose que uno y otro deben ser precisamente de la clase de Matriculados.

Artículo 28.

Rancho quería decir algo muy parecido, ya que con tal palabra se llama al lugar determinado en las embarcaciones para alojarse o acomodarse los individuos de la dotación.

Los ranchos debían agruparse atendiendo a la numeración de las baterías. Los cañones pares, a estribor, y los impares a babor. Para el cumplimiento del servicio a bordo, la tripulación se ordenaba en guardias, a las que se denominaban, al igual que los ranchos, estribor de popa, estribor de proa, babor de popa, babor de proa.

El artículo 21 del tratado quinto, título primero decía al respecto:

Los ranchos serán de ocho a doce hombres, según quepa en la fuerza de Marinería respecto a la de Tropa, pues han de formarse de una y otra los trozos para el servicio de los cañones.

Y también:

No será ley precisa igualar los ranchos: unos podrán ser de nueve y ocho hombre, y otros de once o doce. Lo que debe atenderse indispensablemente es, que cada rancho tenga lo menos el número de gente que ha de aplicarse al servicio del cañón que se le ha de señalar, pues toda esta división económica de Equipajes tiene por objeto principal el mejor plan de combate, y la facilidad de la instrucción y disciplina para él.

art. 22.

Se indicaban también en estas ordenanzas que los ranchos no estuvieran formados en su totalidad por gente de una misma clase, así se trataba de diversificarlos y que los noveles aprendieran de los veteranos.

Se equilibraran los ranchos con una justa proporción de clases según la fuerza de cada una, sin formarlos de todos Artilleros, todos Marineros, o todos Grumetes, y cuidando en lo posible de unir los de unos mismos pueblos, y entre ellos a los mozos con los de edad mas madura, cuyo respeto los contenga y asegure la buena policía del rancho.

art. 27.

Los ranchos se numeraban de la siguiente manera:

Los ranchos han de distinguirse y llamarse con los nombres propios de su destino, de Timoneles, Iº de Cabos de Guardia, 2º de lancha, 4º cañón de segunda batería, 7º cañón de tercera batería, 3º cañón de alcázar, o bien 5º y 6º cañón de primera batería , cuando se hiciere tal aplicación, o 3º 0 6º ó 9º de maniobra en los casos de no poderse ceñir los ranchos al número de los cañones: sin que estas denominaciones obsten a la numeración seguida desde I hasta donde alcance, con que han de expresarse los ranchos en las listillas del Oficial de detall, Contador y Maestre.

art. 26.

De todos modos, pueden leer el especial que hicimos sobre el servicio en los buques de guerra españoles de principios del siglo XIX, pues las ordenanzas son muy parecidas a las de 1793 de las de este artículo, y encontrarás mucho más detalle.

Nota

Miguel Alía Plana es el autor de una tesis que lleva por título: «La Armada y la Enseñanza Naval (1700-1840) en sus Documentos. Aproximación a las Reales Ordenanzas reguladoras, desde una perspectiva jurídico-administrativa y pedagógica», por la que obtuvo sobresaliente cum laude por la UNED. El autor pertenece al Cuerpo Jurídico Militar de las Fuerzas Armadas españolas. Ha sido profesor de la Escuela Naval Militar y Asesor Jurídico en la Jurisdicción Central de la Armada, en la VIII Zona de la Guardia Civil y el en Mando de Apoyo Logístico Regional Centro. Fue Asesor Jurídico de la Agrupación española desplegada en Bosnia-Herzegovina (SPAGT-XVI, perteneciente a la División Multinacional «Salamandra»). Es Doctor en Periodismo y en Pedagogía, Master en Relaciones Internacionales y en Seguridad y Defensa, Diplomado en Derecho Internacional Militar por la Escuela Militar de Estudios Jurídicos y en Derecho Humanitario Bélico por la Cruz Roja. Posee, asimismo, los Diplomas de Mando de Operaciones de Paz y de Observador Militar de Naciones Unidas.

Fuentes

  • Tesis doctoral de don Miguel Alía Plana titulada: «La Armada y la Enseñanza Naval (1700-1840) en sus Documentos. Aproximación a las Reales Ordenanzas reguladoras, desde una perspectiva jurídico-administrativa y pedagógica», de cuya tesis se han extraído literalmente algunos fragmentos.
  • «La artillería en la Marina española del siglo XVIII» de Juan Torrejón Chaves.
  • «El ejército español en la campaña de 1805…» de Hermenegildo Franco Castañón.
  • «Condecoraciones Militares Españolas» de Luis Gravalos González y José Luis Calvo Pérez de la editorial San Martin.

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